Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía 1937 Óleo sobre lienzo 349,3 x 776,6 cm. |
El artista inició su realización el 1º de mayo de 1937, dos días después de que se difundiera la
noticia del bombardeo de la ciudad vasca, en un impulso de ira, desesperación y dolor, con el
propósito, además, de lanzar al mundo un mensaje de solidaridad para con los refugiados de la
guerra civil. Por ello, una vez concluido el enorme lienzo, Picasso lo prestó para una exposición
en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. El autor deseaba que el cuadro retornase a España, una
vez restablecido el orden democrático, y así lo expresó en numerosas ocasiones a lo largo de su
vida. Actualmente es la gran obra, se podría decir el buque insignia, del Museo de Arte Reina
Sofía de Madrid.
El proceso de gestación del cuadro fue laborioso y febril. Picasso comenzó por realizar un
elevado número de bocetos de sus detalles, sobre papel, antes de acometer en blanco y negro el
empaste de la gran tela. En total, se conocen más de un centenar de esbozos, los cuales propugnan
soluciones compositivas muy distintas de la definitiva. El cuadro muestra de derecha a izquierda,
los siguientes personajes: una mujer que se arroja desde un edificio en llamas con los brazos en
alto; una figura femenina agachada, en actitud de correr hacia el centro del lienzo, sobre la
cual aparece, por una ventana, la cabeza y el brazo de otra mujer que sostiene un quinqué; en la
parte central, un caballo moribundo con una pica hincada en su lomo, entre cuyas patas aparece el
cadáver desmembrado de un guerrero que aún empuña una espada rota; en el extremo izquierdo, una
mujer con un niño muerto en los brazos, que se antepone a un toro que contempla la escena con
aire triunfal; entre la cabeza de éste y la del caballo vuela un pájaro con el pico entreabierto.
Preside el conjunto el ojo de la noche, su pupila es una bombilla eléctrica, sobre el vértice
común de los cuatro triángulos compositivos del cuadro. Las actitudes de los personajes, la
fragmentación de la obra y la textura pictórica proporcionan un patetismo paroxístico que acentúa
el movimiento de las figuras.
El cuadro fue expuesto por primera vez en el pabellón español de la Exposición Internacional de
Paris, de 1937, y causó honda impresión, dada la actualidad del tema y la genial violencia
expresiva con que había sido desarrollado. Fue, probablemente, esta obra la que sirvió para
consagrar definitivamente al artista español y extender su influencia a los pintores que desde
entonces hasta nuestros días han militado en el campo de la figuración.
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